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Crónica de viajes: Stratford upon Avon

  • Foto del escritor: verovane72
    verovane72
  • 23 abr 2021
  • 8 Min. de lectura


Hace ya unos cuantos años que suelo pasar mi cumpleaños en el exterior. No fue algo premeditado sino casual. Como profesora de inglés tuve la dicha de poder viajar a la cuna del idioma que amé y estudié durante gran parte de mi vida. Al ser madre de dos criaturas en edad escolar, la única posibilidad que tenía era realizar el viaje en nuestras vacaciones de verano. Las niñas se quedarían con el padre mientras yo pasaba el invierno inglés. Mi primer viaje fue en enero de 2014, por lo tanto, el primer día de febrero, mi natalicio, me encontró en Inglaterra. Estaba realizando un curso de perfeccionamiento para profesores de inglés, y me hospedaba en una casa de familia, una de las tantas que el Consulado Británico suele contratar para estos casos. Una habitación, acceso a baño compartido y media pensión solucionaban el alojamiento. En la misma escuela, se ofrecían viajes locales para los estudiantes hacia lugares cercanos para ir y volver en el día. Estando en Londres, Greenwich, para ser más exactos, siendo profesora de inglés y amante de la literatura, ¿dónde imaginan que elegí pasar el día de mi cumpleaños? En Stratford-upon-Avon, ciudad natal del poeta y dramaturgo William Shakespeare. Ubicada sobre el río Avon, que significa río en lengua celta, queda al norte de Londres, cerca de Birmingham. Se puede llegar en tren, pero con una de mis compañeras de estudio contratamos un tour que nos llevaba en micro hasta el lugar. Para ello, tuvimos que llegar en tren a Londres, a la estación Victoria, y de ahí dirigirnos al punto de encuentro. Y justo allí, nos topamos con el primer pequeño obstáculo. No sabíamos para dónde ir, las estaciones de trenes son enormes, y las calles no están dispuestas de la misma manera que en mi ciudad, donde todas las manzanas son cuadradas. Allá son curvas, un error de dirección te puede llevar a cualquier lado. Salimos, nos desorientamos y volvimos a entrar. Observamos un enorme mapa del lugar impreso en un cartel, pero no lográbamos entenderlo. Finalmente, decidí preguntarle a un policía que allí estaba. —Disculpe señor, ¿podría decirnos como llegar a este edificio? (mientras le mostraba una tarjeta donde figuraba el nombre y la dirección exacta) —Una a la derecha, dos a la izquierda. Esa frase corta, escueta y sobre todo rápida no era precisamente la respuesta esperada. Como profesoras de inglés, estamos acostumbradas a las frases largas, esas que figuran en los libros, con las palabras “siga por esta calle, doble hacia…”, no frases cortas, reales, las que los ingleses utilizan en su vida cotidiana. Luego del shock lingüístico sufrido, y de repetir la frase obvia varias veces en la cabeza, agradecimos la información y salimos de la estación riéndonos a carcajadas. En ese momento, decidí enseñar lenguaje real en mis clases, aparte de los armados en los libros de texto. Al fin encontramos al grupo ya subiendo al micro y partimos a nuestro destino. Era bastante temprano esa mañana, y el viaje duró unas horas. El pasaje estaba completo, en su mayoría de turistas, y algunos estudiantes como nosotras. Hacía mucho frío ese sábado, vale destacar que las temperaturas no superan los 7ºC en esa época, y suele llover bastante seguido. Lo que más me llamó la atención de los campos que veíamos a nuestro paso fueron los animales. En Argentina, es común ver vacas todo el tiempo. En Inglaterra, se ven ovejas, muchas, pastando tranquilas por las distintas tonalidades de verde que forman el paisaje. Llegamos cerca de las diez de la mañana. La ciudad era antigua, como detenida en el tiempo, pero moderna a la vez. Era como si todo fuese nuevo, pero de otra época. Siempre me maravillé de cómo conservan los edificios, pudiendo convivir con los modernos. Estaba en los pagos de Shakespeare, el creador de miles de palabras nuevas a un idioma que estaba surgiendo, en el siglo XIV. En su época, no se registraban los nacimientos, sino los bautismos, el de William fue un 23 de abril de 1564, por lo que se deduce que ha nacido en esos días. A los dieciocho años, se casó con Anne Hathaway, cuya casa que aún se conserva casi en perfectas condiciones, fue nuestro punto de inicio de la visita guiada. Se trataba de una cabaña de madera de estilo arquitectónico victoriano, techo de paja y adobe, recubierto por un tejido de alambre. Se encuentra a una milla de Stratford, el lugar se llama Shottery. Bastante grande con un enorme jardín, pertenecía a la familia de Anne, la cual se presume estaba embarazada al momento de la boda. Esto se pudo corroborar cuando seis meses después nació su primogénita, Susannah. Dato curioso que nos explicó la guía del lugar: en esa época estaba prohibido tener relaciones sexuales antes del matrimonio, por lo que se deduce que la boda se hizo lo más rápido posible para evitar problemas legales, y como William era ocho años menor que ella eso debe haber acelerado aún más los trámites. Por dentro, la casa alternaba madera y material. Los muebles son todos de madera y se conservan en forma original. Las alacenas presentan platos decorados de la época, vajilla de porcelana pintada con las flores de su jardín y las habitaciones tienen las camas tendidas al estilo victoriano. La cocina presentada con los utensilios de la época. De repente me sentí como transportada en el tiempo, imaginándome la gente viviendo allí, realizando sus tareas cotidianas. El lugar es enorme, con muchas habitaciones conectadas por pasillos estrechos, escaleras y puertas. Lo que más me maravilló de la visita fue el relato de nuestra guía. Una mujer de avanzada edad, contextura pequeña, cabellos cortos y muy rojos, su voz era calma, y un poco baja, lo que dificultaba su comprensión. Mis oídos se deleitaban con su típico acento inglés. Me atreví a filmarla por unos segundos, y el texto que sigue está formado por un fragmento de su relato. —En un principio, como pueden observar en este espacio, la altura del techo es original, pero imagínenlo sin el primer piso, si pueden. Es importante notarlo ya que eran tiempos medievales, porque la estructura no cambió demasiado hasta que Anne se casó y se mudó. Todavía eran dos habitaciones este pasaje en los tiempos en que ella creció aquí. Luego de recorrerla es su totalidad, nos dirigimos nuevamente a la ciudad. Nos dejaron en una esquina donde se ve la estatua de un bufón, uno de los personajes de Shakespeare. Allí nos dijeron que teníamos la libertad de recorrer el lugar por unas horas y volver a ese mismo sitio donde nos esperaría el micro para continuar el viaje hacia Oxford. Comenzamos a caminar con cierta emoción por lo que llegaríamos a encontrar. Yo me sentía en las nubes, hacía varios días que recorría mi ciudad favorita en Inglaterra, y estar allí, en un lugar con tanta historia, no lo podía creer. Fue uno de los mejores cumpleaños de mi vida. Recorrimos el lugar, lleno de casas victorianas y negocios que hacían referencia al escritor. Pasamos por una casa muy antigua, que dicen que fue el lugar donde vivió de pequeño con su familia. Muchos son los negocios, incluidos una casa de té y un banco, con alusiones tanto a Shakespeare como a su esposa. Continuamos el recorrido que notamos fue circular y pasamos por una casa que tenía un cartel que decía “Hall’s Croft”. Resultó ser la casa donde vivió Susannah, la hija de Shakespeare, casada con el doctor John Hall, quien cultivaba hierbas medicinales. No pudimos entrar porque era temprano. Las casas suelen funcionar como museos. Seguimos caminando y al llegar a un sendero de piedras con lápidas a ambos lados, la vi. The Holly Trinity Church, Iglesia de la Santísima Trinidad, mi compañera no entendía mi asombro, hasta que le dije que dentro de esa iglesia se hallaban sepultados los restos de Shakespeare. Apuré el paso, mientras mi compañera se horrorizaba al ver las lápidas casi destruidas por el paso del tiempo apiladas, algunas guardando cierta distancia, los nombres casi imperceptibles, grabados en la piedra. Prácticamente, toda la vida religiosa se desarrolló en esa iglesia. Allí fue bautizado, se casó con Anne, bautizó a sus hijos y también fue enterrado. Sus restos y los de sus familiares se encuentran en una fosa bajo el altar. Se ingresaba con la módica contribución de una libra esterlina o un poco más si no se es estudiante. El lugar, increíble. La estructura muy bien conservada. La decoración aún seguía la temática navideña incluido el pesebre. Avanzamos en silencio, apenas susurrando para no molestar en tan solemne espacio. Al principio, no sabía si se permitía sacar fotos, pero justo cuando estaba por preguntarle al señor que nos atendió en la entrada pude ver a otros turistas filmando y fotografiando el lugar impunemente. Me reí por mi exageración, porque trato de ser cuidadosa de las costumbres en países que apenas conozco. En Inglaterra, la ley se cumple o las consecuencias pueden ser muy duras. Las paredes están adornadas con distintos monumentos y esculturas, las ventanas exhiben bellísimos vitrales que relatan escenas bíblicas. Los largos bancos para los fieles tienen almohadones finamente bordados, y cuelgan pequeños libros de misa que cada visitante puede utilizar durante el servicio. La atmósfera era de total solemnidad, me sentía que estaba en un cementerio, en lugar de una iglesia, es que allí los difuntos descansan cerca de los templos, costumbre medieval. Y pensar que los restos de toda la familia de tan famoso escritor estaban todos allí, me estremecía de emoción. No sé ustedes, pero yo le doy mucho valor a la historia y a todo lo que nos muestra. Por eso, me maravillo con la arquitectura, los monumentos, los museos, las placas recordatorias que suelen encontrarse en algunas casas, que indican que alguna celebridad histórica vivió allí. Obviamente, me hubiese quedado en esa iglesia todo el día, pero teníamos un horario para volver. Al salir del sendero que atravesaba el cementerio, seguimos el camino circular de regreso. Pasamos por más edificios y negocios, hasta que vimos uno muy antiguo. Se trataba de la King Edward VI’s Grammar School, escuela donde W. Shakespeare realizó sus estudios. Me hubiese gustado saber cómo fue su trayectoria de alumno, si era un pequeño visionario al mejor estilo Walt Disney, pero no lo sabemos, no hay registros históricos de su juventud hasta el momento de casarse. Seguimos avanzando hasta la llamada Guild Chapel, antigua capilla fundada en 1269 por la Fraternidad de la Holly Cross. Tampoco pudimos ingresar por falta de tiempo. Luego vimos un edificio enorme, el Royal Shakespeare Company, creado en 1875 en honor al escritor, se exhiben obras de teatro y otros eventos, fue reformado varias veces a causa de incendios y remodelación. Me hubiese encantado ver una obra ahí, pero quedará pendiente para la próxima visita, si llega a darse. A veces sucede que en un viaje uno encuentra muchas actividades y opciones para hacer, pero no puede con todo, por eso sugiero anotarlo, para saber si vale la pena volver. El camino de regreso al punto de encuentro nos cruzó con el río que le da su nombre al lugar. No parece muy ancho, se llegan a ver perfectamente las veredas que se enfrentan, pequeños muelles lo rodean donde atracan algunos botes. Uno en especial funciona como venta de comidas. Llegamos a Bancroft Gardens, una especie de plazoleta con una estatua llamada The Gower Memorial, en honor al escritor. La hizo Lord Ronald Gower en 1888. En el centro, se lo ve a Shakespeare sentado sobre un pedestal de piedra. Debajo, rodeando ese monumento, se encuentran las figuras de algunos de sus personajes más conocidos: Hamlet, Lady Macbeth, Falstaff y Prince Hall. Cada personaje posa frente a máscaras de bronce con flores que los simbolizan. Hamlet representa la filosofía, con hiedra y ciprés. Lady Macbeth es la tragedia, con amapolas y peonías. Falstaff, la comedia, con lúpulos y rosas. Finalmente, Prince Hall es la historia, con rosas y lirios franceses. Originalmente, todo estaba situado al otro lado del teatro. Shakespeare alineado frente a la iglesia. En 1926, un incendio destruyó ese teatro, luego de su reconstrucción, en su memoria, el monumento completo fue colocado en su actual posición en 1933 y las estatuas se separaron de la base. Al fin llegamos al punto de encuentro con el resto del grupo, desconozco qué lugares habrán visitado, pero con mi compañera pudimos disfrutar de un bello paseo. Sentí que había viajado en el tiempo, conociendo un lugar repleto de historia, conservado a través de los años como si estuviese recién hecho. Un verdadero placer. El guía nos convocaba a subir al micro para seguir nuestro camino a Oxford, cuna de las facultades más antiguas de la región. Definitivamente, el mejor festejo de cumpleaños que tuve en mi vida. +17


 
 
 

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