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Espera

  • Foto del escritor: verovane72
    verovane72
  • 23 ago 2020
  • 1 Min. de lectura

Nunca había sentido algo así. No soy yo, tampoco soy otra. Somos dos en una. Un manojo de células fundiéndose y multiplicándose sin parar hasta formar ese alocado bulto de latido incesante. El cuerpo me pesa, el cansancio me invade, solo quiero dormir y soñar. Mi vientre se expande como un globo terráqueo, la piel se estira tanto que sus frágiles tejidos se quiebran dibujando líneas irregulares que se parecen ríos que se unen y bifurcan.

Al pasar de las horas, que van formando días, la transformación continúa. Mis pechos se hinchan, como si fluyeran en su interior fuerzas extrañas que los llenan de aire o líquido, no estoy muy segura, al tacto se sienten fuertes, macizos y un poco rígidos. La espalda se agota, en especial la zona baja, las piernas se inflaman hasta los pies, dificultando el paso. El cuerpo entero me pide que descanse. Elijo un cómodo sofá con almohadones, en el que me acomodo como para pasar el día allí. Te miro a través de mi pequeña montaña de músculos y te digo: “No te muevas tanto. No temas, yo te cuido. Nadie puede hacerte daño allí. No me dejes todavía. No quiero volver a estar sola. Quedate un poquito más. Ya serás libre, se fundirán nuestras miradas y seremos dos”.

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