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Mi primer historia

  • Foto del escritor: verovane72
    verovane72
  • 21 ene 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 23 ene 2020

Cuando comencé el taller de escritura en un café del centro de mi ciudad, la profesora, María Laura Paredes, nos pidió que escribiéramos un cuento contado desde la vivencia de distintos personajes. Los invito a leer mi versión:



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Hacía un tremendo calor esta tarde de jueves. Caminaba apurada hacia mi primera clase de un taller de escritura. Un poco nerviosa, no sabía cómo iba a ser. Había asistido a otros, pero tenía el extraño presentimiento de que este sería distinto.

El encuentro era en la planta alta de un café céntrico llamado Fábula. Nombre apropiado para un taller de escritura, ¿no? Ni bien llegué empezamos. Nos entregaron la consigna y nos pusimos a trabajar. Éramos los únicos en ese sector del café: la profesora y cuatro talleristas.

No había transcurrido más de media hora cuando se escuchó un movimiento extraño en la planta baja. Corridas, voces entrecortadas, el estruendo de un vaso que se estrelló. Luego los gritos. Nos miramos aterrados sin saber qué hacer. Como la curiosidad siempre me traiciona, me asomé por una de las ventanas. En la calle, dos hombres con actitud sospechosa parecían esperar sentados en sus motocicletas. “Es un asalto”, me dije. A continuación, se escucharon pasos en la escalera. Mis compañeros, desesperados, corrieron hacia los baños intentando esconderse. Sobre una de las mesas, alguien había olvidado un cuchillo, de esos que se usan para untar tostadas. Lo tomé, instintivamente, y me escondí detrás de la escalera, esperando lo peor. En medio del griterío escuché una voz de alto. Luego, un disparo. Los pasos subieron apresuradamente, y para mi sorpresa, uno de los delincuentes se abalanzó sobre mí y me quitó el cuchillo. Todo fue muy rápido. Sentí un terrible ardor en el abdomen. Lo presioné con mis manos y se bañaron de sangre. Un poco aturdida por el dolor y el mareo me recliné sobre el suelo. Acto seguido, escuché otro grito. Uno de los talleristas intentó pedir ayuda con su teléfono celular con tanta mala suerte que el delincuente lo vio y lo hirió en un brazo con el mismo cuchillo.

Se escucharon más pasos, corridas y gritos. Y el segundo disparo que termina con la tragedia. El delincuente se desplomó inconsciente sobre el piso derribando algunas sillas. Su cabeza no paraba de sangrar. A lo lejos se escucharon las motocicletas huyendo a alta velocidad. Ya la vista se me nubló y no supe qué más sucedió.

Al día siguiente, desperté en la cama de un hospital. De mi brazo izquierdo colgaba una manguerita con suero; del derecho, otra con sangre. Afuera, se escuchaban las voces de una enfermera hablando con un policía. Estaban esperando a que despertara para declarar.

—Pobre piba, se salvó de milagro, casi la matan por hacerse la Rambo, ja —dijo la enfermera

—Sí, pero el chorro no tuvo la misma suerte. Estos pibes se creen que la vida es como en las películas —contestó el policía.

 
 
 

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